lunes, 30 de agosto de 2010

Enfoques cooperativos; Hoy: “¿Augusto Roa Bastos demonizó al Supremo?”.


Por José Yorg, el cooperario.

Amigable lector y lectora, me apresuro a decirte que el presente artículo lleva en mi cabeza tanto tiempo-cuanto menos 30 años-que la verdad confesada sea, me siento liberado desde hoy.

Todo empezó cuando leí en aquellos lejanos y nostalgiosos días juveniles el libro del admirado y respetado Don Augusto Roa Bastos en cuestión “Yo el Supremo”, cuyas emociones se deslizaron y entrecruzaron entre el deleite literario y el desconcierto, desconcierto porque no estuve ni estoy de acuerdo en la forma en que retrató al gran Karaí Guazú y lo digo así con todas las letras y en el tono más alto que se pudiera pronunciar.

No pretendo profanar ni ofender, sólo decir mi verdad, guardada, como dije desde hace más de 30 años, derecho que ejerzo gracias a la generosidad del presente medio que lo publica.

Sé que estoy hablando de una obra cumbre que recibiera-meritoriamente como tal –innúmeros elogios, pero debo señalar, sin embargo, lo que muchos callan por prudencia o por conveniencia, que desde el punto de vista histórico en su contenido y esencia encuentro desproporción interesada.

Interesada desde lo subjetivo, desde la desesperanza y la premura legítima, puesto que-a mi criterio modesto-transportó el tiempo pretérito del Dr. Francia al presente stronista de la escritura, asimilándolos en la catadura de dictadores perpetuos, casi como una inocente ironía. Me parece que en realidad pretendió describir a Stroessner, personaje trágico.

Se sabe desde antaño que las personalidades son productos de su tiempo, de las circunstancias y no lo que subjetivamente quisiéramos que sean o como debieran.

El Karaí Guazú fue el personaje exacto a su tiempo y espacio, el Paraguay lo produjo porque fue una necesidad histórica y lo fue modelando en su transcurrir y sobre todo en su necesidad de construcción de Nación Independiente que debió sortear todo tipo de conspiraciones, agresiones y ambiciones vergonzantes que dieron de cabezas con la voluntad de hierro de un hombre que marcó su impronta a la raza guaraní.

Creo que el gran maestro-mi querella con él no disminuye en nada mi admiración-miró el accionar del Karaí con ojos demasiados cansados en razón de vivir en tierras extrañas, nos suele pasar a los desterrados, y por ello siempre me interrogué: “¿Augusto Roa Bastos, demonizó al Supremo?

Relata Don Augusto hechos y circunstancias desde una concepción desligada de lo colectivo, introduciéndose, mejor dicho, enmarañándose en teorías arrimadas al liberalismo, y por ello no vio o no pudo ver la probidad comunera devenida del pensamiento y carácter del “jacobino paraguayo”, del “jesuita”, quien fue capaz de entregar su existencia a los asuntos del Pueblo y la nacionalidad, no pudiendo escapar de ciertos defectos de todo ser humano y patriota.

La Nación paraguaya creció al amparo del Dr. Francia, libre y respetada, pero vilipendiada por los inclinados a la expoliación de sus semejantes, éstos conocieron la fiereza de su temperamento y prefirieron la distancia donde pudieran sembrar odios y levantar injurias e historias desdibujadas a sus conveniencias e intereses.

Creo que Don Augusto juzgó la vida y obra del Dictador Supremo olvidando que “en el derecho romano la institución del Dictador significaba exactamente lo que el Dr. Rodríguez de Francia asumía, dictador y senador del pueblo (dictator, magister populi) función llena de virtudes cívicas y abnegación de dictar las orientaciones más propicias para el pueblo desde la asunción al Estado, ¡una autoridad suprema en los momentos difíciles, y vaya que fueron difíciles esos momentos”!

El significado de Dictador en nuestros tiempos ligados a genocidios y penurias económicas nada tuvo que ver con la dictadura a favor del pueblo que ejerció el Dr. Francia, esos aspectos fueron presentados asimilados, ambos como atrocidades, cuando en realidad la autoridad y atribución del Dr. Francia constituyeron virtudes sociales.

Confesó un día Don Augusto, “Desde que era niño sentí la necesidad de oponerme al poder, al bárbaro castigo por cosas sin importancia, cuyas razones nunca se manifiestan".

Quizás podríamos adjudicar a estos pensamientos de peso a la larga tiranía stronista, o tal vez a una cosmovisión ideológica muy cerrada en cuanto a negarse a describir la historia desde el contexto y de la controversias de intereses expresadas en ella, territorio donde el personaje Francia actúa claramente a favor de las clases populares y aborígenes, restringiendo férreamente la “libertad” de los poseedores para expoliar.

Vengo entonces-respetuosamente- a reivindicar e invitar a una relectura de la vida y obra del Supremo, Dr. Gaspar Rodríguez de Francia, padre de la Nación Independiente paraguaya. Vengo a apreciar sus virtudes ya que fueron oscurecidas, y sus defectos prevalecidos.

Me gusta imaginar, también en términos de novela, en lo que haría, de tener existencia el Dr. Francia en el actual Paraguay. Creo que los corruptos y políticos desvergonzados se verían en serios problemas e emigrarían cautelosos. Las tierras mal-habidas serían inmediatamente recuperadas y reestructuradas orgánicamente en “Estancias de la Patria” donde los labriegos abrirían fecundos surcos. No encontraríamos ningún niño descalzo y hambriento, ninguna madre o viuda desamparada, no encontraríamos ningún maestro sin escuelas, no encontraríamos mendicidad, la justicia social sería plena.

Francia tiene que ver con los magníficos versos que escribiera Carlos Miguel Giménez y la música que le diera Agustín Barboza: Mi Patria soñada.

Fulgura en mis sueños una patria nueva
que augusta se eleva de la gloria al reino
libre de ataduras nativas o extrañas
guardando en la entraña su prenda futura.
Patria que no tenga hijos desgraciados
ni amos insaciados que usurpan sus bienes
pueblo soberano por su democracia
huerto con fragancias de fueros humanos

¡En la fraternidad, un abrazo cooperativo!

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